sábado, 18 de octubre de 2008

Así se gana el Giro de Lombardía a lo grande

Tony Rominger era un hombre con muchas cosas que demostrar la mañana del 17 de octubre de 1992, en Monza, línea de salida de la 86ª edición del Giro de Lombardía. En la gélida mañana, acompañada por la niebla y la lluvia, el suizo se concentraba en sus pensamientos. Para empezar, él ya tenía un Giro de Lombardía en sus vitrinas, la edición del 89. Pero en esa ocasión, había ganado contra todo pronóstico, y sentía que debía refrendar esa victoria, demostrar que no se trató de un día de suerte. De hecho, mucho había cambiado en esos 3 años. En su primer año en la escuadra española del Clas, había alcanzado la gloria en la primavera ganando la Vuelta al País Vasco y la Vuelta a España. Con la ronda nacional se había quitado de encima su gran sambenito: no ser un corredor para carreras de más de una semana. Tras ello, su otro gran pico de forma estaba en el otoño. Juan Fernandez le había permitido sacrificar el Tour para centrarse en el final de la temporada.

Y en ese final de temporada estaba demostrando que su forma era óptima: segundo en la Volta (tras Indurain) con victoria de etapa en Valter 2000 (por delante del de Villaba y un por entonces desconocido neo de nombre Antonio Martín), levantó los brazos en la Subida al Naranco. Pero en el Mundial de Benidorm, la piedra angular de esta parte de la temporada, se le había escapado la victoria pese a ser el más fuerte de la carrera. El arcoiris lo llevaría un año más Bugno.

Precisamente Bugno, que había resurgido en las últimas fechas anotandose Giro del Lazio, Emilia, Milán-Turín y el Mundial. Gianni estaba en una forma espectacular. ¿Sería éste el año en que se anotara la carrera? Mejor no lo iba a tener, con todo el apoyo del público (la carrera salía y llegaba a Monza, donde había vivido toda su vida). Frente a él, en la mejor tradición dualista italiana (Coppi-Bartali, Moser-Saronni) estaba Chiapucci. Si había un monumento que el varesino podía ganar era precisamente la Clásica de las hojas muertas, la más dura de todas.

El de Carrera llegaba en forma, tras ser el animador del Giro del Piamonte, dos días antes. Además, también Claudio era lombardo, así que la cuestión se reducía a un duelo local, con el suizo como juez de paz.

En todo eso pensaba Tony cuando se dió la salida a la carrera. El día seguía desapacible, y con todo el menú montañoso que esperaba por delante, la carrera podía adquirir tintes épicos...

14 años después y en Mendrisio (Suiza), a unos 50 km de Monza, Paolo Bettini era otro hombre con muchas cosas que demostrar en la línea de salida de la 100ª edición del Giro de Lombardía. Él también tenía un Giro de Lombardía, ganado justo el año anterior. Pero en 12 meses, se habían precipitado los acontecimientos. Por fin había conquistado el ansiado mundial. Por lo tanto, se le presentaba la oportunidad de ser el séptimo hombre en ganar el Giro de Lombardía vestido de arcoiris, tras Binda en 1927, Simpson en 1965, Merckx en 1971, Gimondi en 1973, Saronni en 1982 y Camenzind en 1998. Pero también había sucedido un hecho luctuoso. Entre medias del Mundial y el Giro de Lombardía, su hermano Sauro había fallecido en accidente de tráfico. Un duro golpe para Bettini. ¿Hasta qué punto le afectaría esto? En un deporte de sufrimiento extremo, planeaba la duda de si podría mantener la concentración necesaria para disputar la carrera.

No hay que olvidar que Paolo estaba muy apegado tanto a su hermano como al hijo de éste, también ciclista en categorías inferiores. Por su cabeza pasó repetidas veces el no correr. Pero finalmente sus padres le convencieron: si Sauro hubiera podido opinar, hubiera querido que disputara ese Giro de Lombardía. Así pues, la decisión estaba tomada. Salir, saldría. Lo complicado sería tener un papel protagonista en esas condiciones.

En todo eso pensaba Paolo cuando se dió la salida a la carrera. Con la meta en Como, serían los kilómetros y los puertos los que juzgarían...

14 años antes, se empezaba a afrontar el primer puerto del día: el Valico di Esino Lario. 147 km a meta, 5 puertos más por delante, la tormenta sigue azotando a los corredores, y Rominger decide que no espera más: suelta un demarraje en la subida, al que solo es capaz de responder Bugno. El del Gatorade va sin cadena, y rápidamente abren hueco sobre un grupo de perseguidores con lo más granado de la participación.

Pero tras coronar con 25 segundos de ventaja, la cosa cambia. Bugno, que siempre tuvo miedo a los descensos a raiz de una grave caída en el Giro de 1988, ve que el suelo está muy mojado y decide tomar precauciones. Tantas, que primero Chiapucci y luego Cassani les alcanzan y sobrepasan. Rominger ve que la carrera se está decidiendo y se va tras ellos, mientras Bugno se queda con Alcalá, a pocos metros. Pero Gianni, para bien o para mal, era un corredor de sangre fría. Con el trío de cabeza a tiro de piedra, decide cambiarse los guantes mientras Alcalá hace un esfuerzo y logra contactar. El del Gatorade ya no volvería a verles hasta la meta.

Porque la selección ya está hecha, y por delante los relevos son perfectos. La ventaja es de 1:50 en el siguiente puerto, el Balisio, pero ha subido a 4 minutos al pie del Ghisallo. En este puerto cede Alcalá. La carrera ya es de eliminación, debido a las inclemencias del tiempo, la dureza del recorrido y que la guerra dura ya 150 kilómetros. Pasa el Colle Brianza y en el Lissolo ceden Cassani y Chiapucci, que finalmente tiene que dejar marchar a Rominger. El suizo retorna a Monza a lo campeón, adjudicandose una carrera que solo terminarán 21 corredores (entre ellos, un jovencísimo neoprofesional, Davide Rebellin). Bugno llegará el penúltimo, a más de 8 minutos y destrozado por el frío...

14 años después, la carrera ha transcurrido placenteramente hasta el Ghisallo, que tras los años en que la carrera terminaba en Monza y Bérgamo, ha vuelto a ser el punto en el que la prueba se selecciona, para decidirse en el Civiglio y el San Fermo da Battaglia.

Pero en Madonna del Ghisallo, 52 km a meta, Bettini decide que el mejor homenaje que le podía hacer a su hermano era ganar esta carrera. Y se pone manos a la obra. Acelera el ritmo, tensa el grupo, y acaba seleccionandolo, dejando el pelotón reducido a unos pocos elegidos: Rebellin (sí, sí, el mismo del que hablamos antes), Franck Schleck, Boogerd, Samuel Sánchez, Di Luca y Riccò. Cerca de la cima cogen a los últimos integrantes de la escapada del día, y Bettini vuelve a acelerar, dejando el grupo en cuatro integrantes: él mismo, Rebellin, Schleck y Boogerd. En el descenso se les une Di Luca, y en el llano hasta Civiglio se van uniendo más corredores.

Pero en Civiglio continua el recital Bettini. Desde abajo se pone a marcar el ritmo, descolgando a varios de los que se habían reintegrado unos kilómetros atrás. Y, tras un primer ataque de Di Luca, lanza un contraataque demoledor. Solo Wegmann puede seguirle, aunque a distancia. El técnico descenso amplía las diferencias hasta los 20 segundos. Finalmente, el de Gerolsteiner caza a Bettini, tras un grandísimo esfuerzo.

A Bettini sólo le queda un acto en su recital. La última subida, San Fermo da Battaglia. Aumenta el ritmo y Wegmann se queda, completamente vacío. Mientras tanto, mantiene las distancias de 20 segundos sobre el grupo perseguidor. Pero en el descenso no contaba con que Samuel Sánchez se lanza a tumba abierta, y ayudado por sus virtudes de gran bajador alcanza a Wegmann, llegando a estar a 10 segundos de Bettini. Son los kilómetros finales, y ahí Paolo saca fuerzas del recuerdo de Sauro. Consigue mantener e incluso incrementar la ventaja, llegando a meta bañado en lágrimas.

Por detrás, Samuel Sánchez bate a Wegmann al sprint. Pero lo que de verdad importa está pasados unos metros la línea de llegada. Allí, Bettini atiende a los medios de comunicación mientras se abraza con su cuñada y su sobrino, embargado por la emoción. Aunque parecía imposible, lo ha logrado. Ha ganado el Giro de Lombardía, y lo ha hecho dando una exhibición...

14 años antes, Tony Rominger ya descansa del brutal esfuerzo realizado. Las declaraciones de Chiapucci son esclarecedoras: quedar segundo detrás de "aquel" Rominger no está nada mal. Bugno, por su parte, se culpaba de no haber sabido ver que el corte era el bueno, justificándose por la enorme distancia a meta. Lo que está claro es que Tony se había metido en medio del duelo de los dos italianos, y les había aguado la fiesta. El corredor del Clas ha cumplido con una temporada brillante (y aún le daría para quedar segundo en el Gran Premio de las Naciones, prueba contra reloj que cerraba en aquellos años la Copa del Mundo, competición de la que también quedaría segundo). Así pues, el Giro de Lombardía era la rúbrica de oro a esa temporada, con una victoria luchando contra el tiempo y el recorrido, endurecido por los corredores. A partir de ahí, Tony entraba en sus mejores años como ciclista. Pero esa es otra historia...

14 años después, Paolo Bettini también se repone de todas las emociones de las últimas horas. Ni siquiera ha podido subir al podio, debido al enfrentamiento que mantienen la organización de la carrera y la UCI. Pero poco le importa. Paolo ha dado un poco de alegría a su familia, destrozada por la muerte de Sauro. El balance final de la temporada es excelente. Además del campeonato del mundo y el Giro de Lombardía, se había impuesto también en el campeonato italiano en ruta y había logrado victoria de etapa en Giro y Vuelta. Teniendo en cuenta que el año siguiente repetiría la victoria en el Campeonato del Mundo, en sus últimos años de carrera el livornés engrandecía aún más un ya de por sí grande palmarés. Aunque en este deporte lo importante no son las estadísticas, sino la forma en que se consiguen las victorias. Y este Giro de Lombardía, por su emotividad y el dominio que ejerció Bettini, puede considerarse un ejemplo de esto.

Fotos:
Graham Watson para Ciclismo a Fondo

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